Dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos
por ellos, de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados
por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando
hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu
limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas a quienes les gusta
rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea
la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar,
entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo
escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que
desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han
recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la
cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo
escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
(Mt 6, 1-6.16-18)
Cada día tiene sus propias dificultades, sus problemas, sus preocupaciones. Va a ser difícil que una mañana sientas que todo está resuelto en tu vida. Pero si esas situaciones te encierran, no te dejan ver lo que sucede a tu alrededor y la cara que presentas a los que te saludan es tristeza y enfado, ¡despierta de este letargo y no permitas que estas situaciones te destruyan!
Sé consciente de todo lo que te preocupa y presenta a Dios todo lo que rodea a tu vida. Valora todo lo que eres, y mira a las personas que tienes a tu alrededor con los ojos de la fraternidad. ¡Que Dios te ayude a ver todo lo escondido que hay en ellas!
Que
yo vuelva a ver
¡Señor!
Cuando
me encierro en mí,
no
existe nada:
ni
tu cielo, ni tus montes,
ni
tus vientos, ni tus mares;
ni
tu sol,
ni
la lluvia de estrellas.
Ni
existen los demás
ni
existes Tú,
ni
existo yo.
A
fuerza de pensarme, me destruyo.
Y
una oscura soledad me envuelve,
y
no veo nada
y
no oigo nada.
Cúrame,
Señor, cúrame por dentro,
como
a los ciegos, mudos y leprosos,
que
te presentaban.
Yo
me presento.
Cúrame
el corazón, de donde sale,
lo
que otros padecen
y
donde llevo mudo y reprimido
el
amor tuyo, que les debo.
Despiértame,
Señor,
de
este coma profundo,
que
es amarme por encima de todo.
Que
yo vuelva a ver
a
verte, a verles,
a
ver tus cosas
a
ver tu vida,
a
ver tus hijos....
Y
que empiece a hablar,
como
los niños,
-balbuceando-,
las
dos palabras más redondas
de
la vida:
¡PADRE
NUESTRO!
Ignacio
Iglesias
ORACIÓN FINAL
Señor, bendice mis ojos para que sepan ver la necesidad y no
olviden nunca lo que a nadie deslumbra. Que vean detrás de la superficie para que
los demás se sientan felices por mi modo de mirarles. Amén.
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