En aquel
tiempo Jesús subió a un monte a orar, acompañado de Pedro, Santiago y Juan.
Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus ropas se volvieron muy
blancas y brillantes. Y aparecieron dos hombres conversando con Él: eran Moisés
y Elías, que estaban rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la
partida de Jesús de este mundo, que iba a tener lugar en Jerusalén.
Aunque Pedro
y sus compañeros tenían mucho sueño, permanecieron despiertos y vieron la
gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él.
Cuando ellos
se separaban de Jesús, Pedro le dijo: «Maestro, ¡qué bien que estemos aquí!
Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Pero Pedro no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los envolvió en
sombra; y al verse dentro de la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo,
mi elegido. Escuchadle». Después que calló la voz, vieron que Jesús estaba
solo. Ellos guardaron esto en secreto, y por entonces no contaron a nadielo que
habían visto.
(Lc 9,
28b-36)
Abre tu corazón y tu oído a la Palabra hecha carne y
transfigurada. Escucha atentamente lo que te dice, hoy y siempre, y aplícalo a
tu día a día. Estamos sobrados de ocupaciones, y nos faltan acciones que
transformen de verdad.
Estamos sobrados de palabras, y nos falta
comunicarnos y entendernos.
Estamos sobrados de ruidos y alborotos, y nos
falta oír y entender las llamadas de los otros.
Estamos sobrados de risas y pamplinas, y nos
falta sentir una alegría permanente.
Estamos sobrados de penas y dramas televisivos,
y nos falta encontrarnos de verdad con la tristeza del vecino.
Estamos sobrados de que nos utilicen, y nos
falta ser nosotros mismos.
Te vas manifestando
de mil formas, Señor:
en el encuentro,
en la confidencia;
en el llanto y en el gozo,
en la flor y en la nube;
en la escucha y en la palabra,
en el silencio y en la noche;
en la amistad compartida
y en la mirada intuida.
En el rostro amoroso
del corazón conocido,
y en los rasgos sufrientes
del hermano disminuido.
En el arduo trabajo,
en las horas de fuego,
y en el fresco descanso
del reposo ofrecido.
Te vas manifestando
de mil formas, Señor,
pues en todo te encuentras
y sin Ti nada tiene sentido.
Eres el corazón, el aliento,
el núcleo y el centro de la Creación.
Haz Señor que bajemos de la nube,
y que sepamos descubrirte
reconocerte siempre
y amarte en todos,
y en especial en tus predilectos:
los que más sufren.
ORACIÓN FINAL
Oigo en mi corazón: «Busca mi rostro».
Tu rostro quiero buscar, Señor;
el que muestras en cada uno de los hombres y
mujeres
con los que hoy construyo y comparto mi vida.
Que tu Espíritu me dé las luces necesarias
para que mis ojos sepan descubrirte
allí donde te manifiestas,
y el amor indispensable
para que mi corazón sepa acogerte sin
reservas. Amén.
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