martes, 7 de mayo de 2013

Oración de la mañana: Yo lo he cumplido


"Yo sí he visto milagros -escribía un sacerdote-. Fíate de mí. Hazme caso. Reza a la Virgen". Y cuenta uno de los milagros que ha visto. 

"Me encontraba en Madrid. Acababa de ordenarme sacerdote. Tenía 26 años. Era un atardecer a la hora de terminar el trabajo. 
- Te llaman por teléfono -me dijeron. Una voz masculina, un tanto nerviosa, explicaba la razón de la llamada: 
- Mire, tengo un amigo que se encuentra muy mal, puede morir en cualquier instante. Me pide que le llame a usted porque quiere confesarse. (...) No, no le conoce, pero quiere que sea usted. (Nunca he entendido por qué.) ¿Puede venir a esta casa? 
- Salgo para allá en este momento
- (Me interrumpió) Mire, el asunto no es tan fácil. Me explicaré. El piso está lleno de familiares y amigos que no dejarán que un sacerdote entre en esta casa; pero yo me encargo de facilitar su entrada
- Pues allá voy, amigo. Dentro de un cuarto de hora estoy ahí: lo que tarde el autobús.


El piso era muy grande, lo estoy viendo ahora que describo la situación. La puerta entreabierta, un pasillo largo. Entro decidido después de encomendarme a la Virgen para que facilitase el encuentro. Rumores de voces en las habitaciones contiguas; algunas personas que me miran con gesto de asombro. Con un breve saludo me dirijo a la habitación que estimo puede ser la del enfermo. Efectivamente lo es. 

- ¿Le han dejado entrar? 
- He visto caras de susto y gestos feos; pero ha podido más la Virgen, a quien le he rezado
- Gracias. No tengo mucho tiempo (el enfermo jadeaba). Quiero confesarme
- (Cogí mi crucifijo, lo besé.). Comienza, Dios te escucha... 

Yo muy emocionado. El hombre (era un personaje importante), también. Apliqué mis oídos a sus labios porque apenas se le oía. La confesión... larga, muy larga. 

- ...Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Al terminar -pocos minutos le quedaban de vida- quiso explicarme "su" milagro. Lo hizo fatigosamente. Se lo agradecí con toda el alma. 
- He estado cuarenta años ausente de la Iglesia. Y usted se preguntará por qué he llamado a un sacerdote. Él lo decía todo. Yo callaba. 
- Mi madre, al morir, nos reunió a los hermanos... Mirad. No os dejo nada. Nada tengo. Pero cumplid este testamento que os doy: Rezad todas las noches tres avemarías. Y yo (¡cómo lloraba el pobre!), yo lo he cumplido, ¿sabe?, lo he cumplido

Se moría mientras cantaba. A mí me pareció todo aquello un cántico: "Yo lo he cumplido, yo lo he cumplido". 

Por cansado que esté, María, porque haya hecho, por lejos que me encuentre de Dios, jamás dejaré de rezarte un Avemaría, por la noche. Porque si un día o una temporada estoy siendo mal hijo tuyo, no cabe en ninguna cabeza que por esa vayas a ser Tú mala madre. Y, además, cuando peor estoy, más necesito tenerte cerca. 

Continúa rezando tú ahora en silencio. Y termina rezando el Avemaría a la Virgen.

Ah! Y no te olvides de hacer en este día una buena acción, por lo menos: Es un buen regalo para María.

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