San Juan Bosco necesitaba
construir una Iglesia en honor de María Auxiliadora, pero no tenía nada de
dinero. Se lanzó, pero las deudas también se lanzaron sobre él. Para conseguir
dinero en un momento en que no podía retrasar más los pagos, un día le dijo a la Virgen :
- ¡Madre mía! Yo he
hecho tantas veces lo que tú me has pedido... ¿Consentirás en hacer hoy lo que
yo te voy a pedir?
Con la sensación de que la Virgen se ha puesto en sus manos, don Bosco
entra en el palacio de un enfermo que tenía bastante dinero, pero que también
era bastante tacaño. Este enfermo, que hace tres años vive crucificado por los
dolores y no podía siquiera moverse de la cama, al ver a don Bosco le dijo:
-
Si yo pudiera sentirme aliviado, haría algo por usted.
- Muchas gracias; su
deseo llega en el momento oportuno; necesito precisamente ahora tres mil liras.
- Está bien; obténgame siquiera un alivio, y a fin de año se las daré.
- Es que
yo las necesito ahora mismo.
El enfermo cambia con mucho dolor de postura, y
mirando fijamente a don Bosco, le dice:
- ¿Ahora? Tendría que salir, ir yo
mismo al Banco Nacional, negociar unos papeles... ¡Ya ve!, es imposible.
- No,
señor, es muy posible -replica Don Bosco mirando su reloj-. Son las dos de la
tarde... Levántese, vístase y vamos allá dando gracias a María Auxiliadora.
-¡Este hombre está chiflado! -protesta el viejo entre las mantas-, hace tres
años que no me muevo en la cama sin dar gritos de dolor, ¿y usted dice que me
levante? ¡Imposible!
- Imposible para usted, pero no para Dios... ¡Ánimo! Haga
la prueba...
Al rumor de las voces han acudido varios parientes, la habitación
está llena. Todos piensan de don Bosco lo mismo que el enfermo: que está chiflado.
- Traigan la ropa del señor, que va a vestirse -dice Don Bosco-, y hagan preparar
el coche, porque va a salir. Entretanto, nosotros, recemos.
Llega el médico:
-
¿Qué imprudencia está por cometer, señor mío? Pero ya el enfermo no escuchaba
más que a don Bosco; se arroja de la cama y empieza a vestirse solo, y solo,
ante los ojos maravillados de sus parientes, sale de la habitación y baja las
escaleras y sube al coche. Detrás de él, don Bosco.
- ¡Cochero, al Banco
Nacional! Ya la gente no se acuerda de él: llevaba tres años sin salir a la
calle. Vende sus cédulas y entrega a don Bosco sus tres mil liras.
Quien confía
en Ti, Madre, jamás se queda a dos velas. Pero no estoy seguro de poderte decir
lo que te dijo don Bosco: Madre mía, yo he hecho tantas veces lo que Tú me has
pedido. Sí, a partir de ahora, sí que podré decírtelo. Pero ayúdame: quiero,
sinceramente, saber lo que me pides.
Ahora puedes seguir hablando a María con
tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con el avemaría final.
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