Llevan 30, 40 y 50 años en misiones. Vidas absolutamente
entregadas a los empobrecidos de la tierra. Son tres religiosas misioneras
españolas: María Villar, Beatriz Cabestany y Sabina Iragui. Tres
ángeles en medio de tres infiernos: el genocidio de Ruanda, el terrorismo de
Sendero Luminoso o las revueltas de Egipto y el Japón sin alma, incapaz de
amar. Reunidas por las Obras Misionales Pontificias en una mesa redonda en
Comillas, contaron algo de sus experiencias.
Y son solo una muestra. Porque España cuenta con unos 13.000
misioneros repartidos por todo el mundo. Gozando y sufriendo con los más
pobres. Y la mayoría, el 85%, son religiosas. El domingo se celebra,
precisamente, el Domund o domingo mundial de las misiones.
En la mesa redonda actuó de moderador el presidente de la Confer , el jesuita Elías
Royón, que las fue presentando y dando la palabra. La primera en intervenir fue Sor
Sabina Iragui. Última de 10 hermanos, cinco de ellos misioneros, ingresó en las
Hermanas de la Caridad
y pidió ir a misiones. Y en Ruanda-Burundi estuvo desde 1963. Y allí sigue,
desde hace 40 años.
Recuerda sus primeros años en un país donde sólo había
miseria, "a los enfermos mentales los ataban y maltrataban como si fuesen
animales" y "a los niños prematuros los abandonaban, porque pensaban
que estaban envenenados".
En Ruanda vivió la época del genocidio. "Nos mataron a
dos postulantas. A las demás, las pudimos hacer salir del país, para salvarlas.
Nosotras nos quedamos allí". Y tras las matanzas, el éxodo, acompañando a
los refugiados a los campos de Goma en el Congo. Allí levantaron un pequeño
hospital, totalmente insuficiente para la "marea de refugiados".
Además, estalló el cólera y la situación degeneró tanto que "íbamos
a buscar a los vivos sin ganas de vivir entre los muertos". De vuelta a la
misión de Ruanda, allí sigue, viviendo mejores tiempos y dedicada a sus
enfermos.
El Japón sin alma
Beatriz Cabestany, de una familia de 10 hermanos, siempre
quiso ser misionera y, por eso, buscó una congregación misionera y sólo
misionera. Y la encontró en las Misioneras de Cristo Jesús. Hace 40 años que
está en Japón, un país al que conoce desde las entrañas y al que retrata con
más sombras que luces.
"En Japón, la Iglesia no es esperada ni deseada, como ocurre en
casi todos los países del tercer mundo. Por eso, a mi juicio, Japón es un
camino seguro para seguir el Evangelio, es una llamada al fracaso
apostólico".
De hecho, en una población de 120 millones, los cristianos
no llegan al 1% y los católicos son sólo unos 400.000. Y no crecen. Quizás,
como cuenta Sor Beatriz, "porque allí no se concibe lo que es el amor.
Tienen unos valores exquisito, pero la gratuidad no la conciben. Prevalece el
deber, no el amor. Las relaciones humanas y espirituales se rigen por el
deber".
Además, "la empresa se ha convertido en el Dios del
Japón y los japoneses en animales económicos. No tienen tiempo ni para quererse
ni para procrear. Los niños no han sido abrazados ni han recibido el calor
familiar. De ahí las enfermedades psicopatológicas y los suicidios, unos 30.000
al año. Japón es un país sin alma, donde la gente no sabe querer".
Del Perú de Sendero Luminoso al Egipto de la primavera árabe
María Villar entró a los 19 años en las misioneras
Combonianas, se hizo enfermera, estudió inglés y la mandaron al alto Egipto,
donde pasó seis años. Pero desde allí la trasladaron a Perú, donde estuvo nueve
años durante la época de Sendero Luminoso. "Era muy peligroso, pero el
señor siempre ayuda".
Tras su estancia en Perú, regresó a su punto de partida, al
país de los faraones. "Es un país muy rico en cultura y, sobre todo, en
personas. Es gente muy alegre, acogedora y nada violenta". Y Sor María
insiste en desmontar la imagen de violencia que los medios de comunicación
transmiten de Egipto.
Cuando llegó allí se encontró con un pueblo muy dividido
entre cristianos y musulmanes. Pero, "al ver que nosotras ayudábamos a
todos por igual, comenzaron a interrogarse y a decir: 'Ha llegado la
luz'". Y de hecho, asegura que "los musulmanes tienen mucha confianza
y fe en las religiosas y vienen a vernos, porque creen que, en nosotras, van a
encontrar la bendición".
Sor María asegura que, aunque hay momentos que "los
cristianos se sienten ciudadanos de segunda", en general, las relaciones
con los musulmanes son buenas, excepto con los más radicales, los Hermanos
Musulmanes, que "nos llaman infieles".
Dice que, en las últimas revueltas, cristianos y musulmanes
se unieron para salir a la calle y pedir pan, justicia, respeto y una nación
laica. "Hoy, la situación se está calmando y el pueblo tiene muchísima
esperanza. Egipto puede salir adelante". Y Sor María se vuelve a su pobre
aldea egipcia, cerca de Luxor, para contribuir a la esperanza de su pueblo.
Sigue habiendo ángeles en medio de todos los gozos y las sombras de la tierra.
Tomado de "periodistadigital.com"
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