lunes, 21 de octubre de 2013

Tres ángeles en tres infiernos

Llevan 30, 40 y 50 años en misiones. Vidas absolutamente entregadas a los empobrecidos de la tierra. Son tres religiosas misioneras españolas: María Villar, Beatriz Cabestany y Sabina Iragui. Tres ángeles en medio de tres infiernos: el genocidio de Ruanda, el terrorismo de Sendero Luminoso o las revueltas de Egipto y el Japón sin alma, incapaz de amar. Reunidas por las Obras Misionales Pontificias en una mesa redonda en Comillas, contaron algo de sus experiencias.

Y son solo una muestra. Porque España cuenta con unos 13.000 misioneros repartidos por todo el mundo. Gozando y sufriendo con los más pobres. Y la mayoría, el 85%, son religiosas. El domingo se celebra, precisamente, el Domund o domingo mundial de las misiones.


En la mesa redonda actuó de moderador el presidente de la Confer, el jesuita Elías Royón, que las fue presentando y dando la palabra. La primera en intervenir fue Sor Sabina Iragui. Última de 10 hermanos, cinco de ellos misioneros, ingresó en las Hermanas de la Caridad y pidió ir a misiones. Y en Ruanda-Burundi estuvo desde 1963. Y allí sigue, desde hace 40 años.

Recuerda sus primeros años en un país donde sólo había miseria, "a los enfermos mentales los ataban y maltrataban como si fuesen animales" y "a los niños prematuros los abandonaban, porque pensaban que estaban envenenados".

En Ruanda vivió la época del genocidio. "Nos mataron a dos postulantas. A las demás, las pudimos hacer salir del país, para salvarlas. Nosotras nos quedamos allí". Y tras las matanzas, el éxodo, acompañando a los refugiados a los campos de Goma en el Congo. Allí levantaron un pequeño hospital, totalmente insuficiente para la "marea de refugiados".

Además, estalló el cólera y la situación degeneró tanto que "íbamos a buscar a los vivos sin ganas de vivir entre los muertos". De vuelta a la misión de Ruanda, allí sigue, viviendo mejores tiempos y dedicada a sus enfermos.

El Japón sin alma

Beatriz Cabestany, de una familia de 10 hermanos, siempre quiso ser misionera y, por eso, buscó una congregación misionera y sólo misionera. Y la encontró en las Misioneras de Cristo Jesús. Hace 40 años que está en Japón, un país al que conoce desde las entrañas y al que retrata con más sombras que luces.

"En Japón, la Iglesia no es esperada ni deseada, como ocurre en casi todos los países del tercer mundo. Por eso, a mi juicio, Japón es un camino seguro para seguir el Evangelio, es una llamada al fracaso apostólico".

De hecho, en una población de 120 millones, los cristianos no llegan al 1% y los católicos son sólo unos 400.000. Y no crecen. Quizás, como cuenta Sor Beatriz, "porque allí no se concibe lo que es el amor. Tienen unos valores exquisito, pero la gratuidad no la conciben. Prevalece el deber, no el amor. Las relaciones humanas y espirituales se rigen por el deber".

Además, "la empresa se ha convertido en el Dios del Japón y los japoneses en animales económicos. No tienen tiempo ni para quererse ni para procrear. Los niños no han sido abrazados ni han recibido el calor familiar. De ahí las enfermedades psicopatológicas y los suicidios, unos 30.000 al año. Japón es un país sin alma, donde la gente no sabe querer".

Del Perú de Sendero Luminoso al Egipto de la primavera árabe

María Villar entró a los 19 años en las misioneras Combonianas, se hizo enfermera, estudió inglés y la mandaron al alto Egipto, donde pasó seis años. Pero desde allí la trasladaron a Perú, donde estuvo nueve años durante la época de Sendero Luminoso. "Era muy peligroso, pero el señor siempre ayuda".

Tras su estancia en Perú, regresó a su punto de partida, al país de los faraones. "Es un país muy rico en cultura y, sobre todo, en personas. Es gente muy alegre, acogedora y nada violenta". Y Sor María insiste en desmontar la imagen de violencia que los medios de comunicación transmiten de Egipto.

Cuando llegó allí se encontró con un pueblo muy dividido entre cristianos y musulmanes. Pero, "al ver que nosotras ayudábamos a todos por igual, comenzaron a interrogarse y a decir: 'Ha llegado la luz'". Y de hecho, asegura que "los musulmanes tienen mucha confianza y fe en las religiosas y vienen a vernos, porque creen que, en nosotras, van a encontrar la bendición".

Sor María asegura que, aunque hay momentos que "los cristianos se sienten ciudadanos de segunda", en general, las relaciones con los musulmanes son buenas, excepto con los más radicales, los Hermanos Musulmanes, que "nos llaman infieles".

Dice que, en las últimas revueltas, cristianos y musulmanes se unieron para salir a la calle y pedir pan, justicia, respeto y una nación laica. "Hoy, la situación se está calmando y el pueblo tiene muchísima esperanza. Egipto puede salir adelante". Y Sor María se vuelve a su pobre aldea egipcia, cerca de Luxor, para contribuir a la esperanza de su pueblo. Sigue habiendo ángeles en medio de todos los gozos y las sombras de la tierra.



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