Era un día lluvioso y gris. El mundo pasaba a
mi alrededor a gran velocidad. Cuando de pronto, todo se detuvo. Allí estaba,
frente a mí: una niña apenas cubierta con un vestidito todo roto que era más
agujeros que tela. Allí estaba, con sus cabellitos mojados, y el agua
chorreándole por la cara. Allí estaba, tiritando de frío y de hambre. Allí
estaba, en medio de un mundo gris y frío, sola y hambrienta.
Me encolericé y le grité a Dios: "¿Cómo
es posible Señor, que habiendo tanta gente que vive en la opulencia, permitas
que esta niña sufra hambre y frío? ¿Cómo es posible que te quedes ahí tan
tranquilo ante tanta injusticia sin hacer nada?".
Después del silencio que me pareció interminable,
sentí la voz de Dios que me contestaba: "¡Claro que he hecho algo! ¡Te
hice a ti!".
Ojalá en
vez de quejarnos tanto y buscar respuestas imposibles a los problemas del mundo
nos demos cuenta que la solución no es “echar balones fuera”, sino ponerse
manos a la obra para cambiar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario