martes, 17 de septiembre de 2013

Empezar con actitud olímpica

 Un joven deportista había sido educado y criado en un ambiente ateo. Los suyos nunca le habían hablado de Dios, ni de nada que tuviera que ver con lo espiritual. No por ello dejaba de ser un buen muchacho: voluntarioso, esforzado, disciplinado, exigente consigo mismo... Era brillante en todo e incluso destacaba como deportista de élite: era un magnífico nadador.


Un día, al caer la tarde, se propuso entrenar el “salto ornamental” a nivel olímpico. La única influencia religiosa que recibió en su vida, le llegó a través de un amigo cristiano. El deportista no prestaba mayor atención a los “sermones” de su amigo, aunque le escuchaba y alguna vez debatían sobre muchos temas religiosos. Pero nunca se enfadaban; reían juntos, disfrutaban de la amistad.


Aquella tarde-noche, fue a la piscina de la universidad a la que pertenecía. Las luces estaban todas apagadas, pero como la noche estaba clara y la luna brillaba y entraba por la claraboya de la piscina, había suficiente luz para practicar en solitario. El joven se subió al trampolín más alto, caminó por la rampa hasta su borde, se volvió de espalda y tendió los brazos, fue entonces cuando vio su sombra en la pared. Era una silueta perfecta. La sombra de su cuerpo tenía la forma exacta de una cruz.

El muchacho, tan seguro de sí, quedó asombrado. En lugar de saltar se arrodilló y finalmente – sin saber por qué- le pidió a Dios que entrara en su vida. Mientras el joven permanecía quieto, en esa actitud no menos olímpica, el personal de limpieza entró en la piscina y encendieron todas las luces. ¡Habían vaciado la piscina para limpiarla!


Dios siempre se manifiesta cuando le llamamos a entrar y a formar parte de nuestra vida. ¿Quién habló de desanimarse en las clases, en el curso que empieza?

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