"¿Qué sería de la vida sin música?
Sin música la vida sería un error".
F. Nietzsche
Santa Cecilia es una de las siete mártires a quien está
dedicada una basílica en Roma desde el siglo V. Su culto se difundió
ampliamente a partir del relato de su martirio. Sólo más tarde, en el siglo XV,
se le atribuye su papel de inspiradora y patrona de la música y del canto
sacro.
Cecilia, de la rica y noble familia romana de los Cecilios,
acudía diariamente a la misa que celebraba el papa Urbano en las catacumbas de
San Calixto de la vía Apia, quizás propiedad de dicha familia, que generosamente
la había cedido para sepultura de los cristianos, y donde la esperaba una
multitud de pobres, que conocían su generosidad.
Dada como esposa a Valeriano, Cecilia, en la noche de bodas,
mientras sonaba un órgano, cantaba en su corazón “sólo para el Señor” (he aquí
el origen de su patronazgo de la música). Avanzada la noche de bodas, la joven Cecilia le dijo a Valeriano:
«Ninguna mano profana puede tocarme, porque un ángel me protege. Si me
respetas, él te amará como me ama a mí». Al contrariado esposo no le quedó más
remedio que aceptar el consejo de Cecilia, se hizo instruir en la fe cristiana
y se hizo bautizar por el papa Urbano y así pudo compartir el ideal cristiano
de su esposa, recibiendo en recompensa su misma gloriosa suerte: la palma del
martirio en el que participó incluso un hermano de Valeriano, llamado Tiburcio,
que desde su conversión se dedicó a la piadosa labor de enterrar a los muertos
cristianos. Pronto fueron arrestados, procesados y condenados a morir
decapitados.
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